Cerrar estas jornadas siempre tiene algo de melancólico, en parte porque uno está haciendo lo que le gusta, en parte porque se torna algo exhaustivo donde se pierde la dimensión del tiempo y, finalmente, porque convive con colegas con los cuales se puede debatir abiertamente sobre cine que es, al fin y al cabo, el quid de la cuestión. Pero además es porque se ve la posibilidad de alcanzar a un público más amplio, de conversar directamente con quienes abandonan la sala y porque se puede observar la impresión directa de lo que el espectador quizá no está acostumbrado a ver (gritos, enojos, aplausos o un “devuélvanme la plata”, cosas así). Un festival, cualquiera este sea, siempre va a ser un motivo de cierta felicidad aislada en un montón de días, donde el agotamiento no deja de tener también su cuota positiva ya que, después de todo, uno se cansa haciendo lo que le gusta. Como se imaginarán, este es el día de las conclusiones.
Pero antes hubo algunas películas y cortos de las que hay que hablar. Si bien no se vio el bloque completo, se pudieron apreciar algunos cortos de la selección del Molise Cinema en el MARFICI. En conjunto, lo que se vio tiene algunas cuestiones irregulares, pero hay algunos films bastante logrados. Arafat and I tiene un timing de comedia norteamericano con los diálogos, filmado en un expresivo blanco y negro que denota cierta decadencia del protagonista y un ritmo que, si bien por momentos parece estancado, en otros adquiere dinamismo gracias al trabajo actoral de los tres protagonistas (Mahdi Fleifel, Ximena García Vera y Zein Ja´far). Con una extensión justa y una estructura cíclica, se trata de una pequeña anécdota explotada con un acido tono de comedia. Luego, y aquí comienza la pendiente de depresión del programa, se proyecta Steel homes, un corto documental sobre gente que guarda sus pertenencias, aquellas que tienen un valor emotivo incalculable, en celdas de metal en un archivo. La cámara busca oscuros corredores con líneas de fuga claustrofóbicas que, junto a la uniformidad de chapa y metal que se repite en cada una de las celdas con cosas guardadas, sumadas a la voz en off de los protagonistas que van a ese archivo, generan un clima depresivo que reflexiona sobre la memoria y el valor de seguir adelante o quedar encadenado a un pasado que ya no volverá, pero del cual quedan los objetos, como expresaría Jorge Luis Borges en su poema “Las cosas”. Luego estuvo Macchie di sole, de Stella di toco, una especie de film sobre el crecimiento y la maduración en el medio de unas apacibles vacaciones. Filmada con un trabajo de guión impecable en la disposición de planos y la fluidez de la narración, lo que pierde en la originalidad del tema lo gana en el profesionalismo en las actuaciones y un acertado final donde el fuera de cuadro habla de aquella brecha que separa dos edades y dos formas de ver completamente distintas. El despertar sexual, las frustraciones adultas y las presiones individuales aparecen con un final algo ambiguo y pretencioso (el mar…), pero el trabajo sobre el climax es particularmente notable, especialmente gracias al trabajo de la joven Michela Chiarello.