Salud rural, integrante de la Competencia Argentina, es un documental que sigue con escrúpulo y sutileza la labor de un médico rural en un pequeño pueblo de Santa Fe. La película se va convirtiendo, a través de su radiografía de lo corporal, en un inteligente análisis de la relación médico-paciente en los territorios alejados de la urbanidad. Su director, Darío Doria, se refirió a estas características y otros aspectos de su film en charla con FANCINEMA.
-¿Cómo surgió la idea para la película y por qué elegiste a Arturo, a este médico en particular?
En primera instancia, yo hace quince años conocí a un médico rural en la Patagonia y la charla con él, a pesar de que fue de sólo un par de horas, quedó en mi cabeza durante muchos, muchos años, con lo que fue creciendo la idea de hacer un documental sobre un médico rural. En segundo lugar, cuando mueren mi tío y mi viejo, me doy cuenta que yo no sabía cómo acompañar a las personas enfermas, por lo que necesitaba aprender eso. Entonces me acerqué a una unidad de cuidados paliativos en Buenos Aires, pero eso al final no se pudo concretar. Entonces recordé lo del médico rural y empecé a buscar a uno que me permitiera aprender eso de cómo es acompañar. Googleando, Arturo fue el primer médico que encontré y tuve muchísima suerte, porque es un personaje muy bueno.
-Llama la atención que en gran parte de la película, a través de los planos, vas dejando fuera de campo a Arturo y lo que privilegiás son los cuerpos fragmentados de los pacientes, enfocando las piernas, los brazos, las manos. ¿Cómo fue esa decisión estética?
Yo creo que Arturo, incluso a través de la voz, está presente en toda la película, entonces enfocarlo todo el tiempo a él era un poco reiterativo. Además, yo quería ver a la gente, a los pacientes de Arturo, porque a él le importan sus pacientes, con lo que yo creía que a la cámara también le debían importar los pacientes. Lo de los fragmentos se dio porque me gustaban esos encuadres, pero también porque los consultorios son muy pequeños y no había demasiado espacio para otro tipo de planos. Ya éramos cuatro o cinco personas en ese cuarto y se hacía lo que se podía.
-¿Por qué decidiste filmar la película en blanco y negro?
Durante la investigación para el film leí un libro de John Berger, titulado Un hombre afortunado, sobre un médico rural inglés, que contenía texto acompañado por fotos blanco y negro de la época. Cuando yo fui al hospital donde atendía Arturo, me hizo recordar muchísimo a ese libro y quise que la película se pareciera de alguna manera a esas fotos que había visto. Otra razón, más práctica, es que al mostrarle lo que había filmado a otras personas, las escenas donde había sangre, cuando era en color, todos giraban la cabeza y evitaban mirar. En cambio, cuando lo ponía en blanco y negro, estaba todo bien. Igual puede gustar o no, es algo muy subjetivo.
-Los pacientes que aparecen en pantalla parecieran no notar la cámara. ¿Cómo lograste esa familiaridad con el dispositivo cinematográfico que los estaba filmando?
Eso, que te puede asombrar a vos o al público, me sigue asombrando a mí. Yo no estaba escondido, estaba ahí, con las cámaras, con el micrófono, con todo. Y sin embargo, por sorprendente que parezca, la gente actúa así. En este caso, confían mucho en Arturo y transferían esa confianza hacia mi persona.
-A mí me llamó la atención especialmente el caso de la chica que cuenta la depresión que tenía. Es muy íntimo y personal lo que cuenta.
Y yo estaba ahí. Ojo, dejé de lado otras escenas donde se contaban cuestiones familiares, que no daba para que quedaran en el corte final. Pero creo que la gente se abre porque confían en Arturo.
-La película en cierto modo se contagia de la delicadeza de Arturo, por la forma en que elige contar determinados aspectos de la práctica médica. ¿Cómo trabajaste ese tono, esa aproximación a lo que filmabas?
En realidad todo empieza con el material de cámara. Yo sentía que me estaban dejando filmar algo muy íntimo y tenía que ser muy cuidadoso. Durante el rodaje mismo, elegía una posición de encuadre determinado y me quedaba quieto, sin moverme. Creo que ese material, al ser rodado así, implicó un montaje similar. También el montaje adquiere ese ritmo porque así se maneja Arturo. Había que acompañar su labor y en realidad fue totalmente natural que saliera así. No es que yo impuse algo: tenía que salir así, no quedaba otra alternativa.
-¿Te das cuenta que la película no sólo habla de Arturo, sino también de un pueblo y hasta de una forma de vida?
Sí, y por eso el film se llama Salud rural y no Un médico rural, como se iba a titular en un momento de la producción. En realidad está hablando de la salud de una ruralidad. De una salud entendida como la discapacidad que hay, como la depresión, como la muerte… Entonces sí, en el centro hay un médico, pero ese médico me permitió contar algo más.