Recorremos la programación del 30° Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, con mini-críticas de las películas que integran su amplia programación. El staff recomienda, pelea, discute. Aquí tienen nuestra mirada. (122 películas reseñadas)
SE AGREGAN
Alexfilm, de Pablo Chavarría Gutiérrez / 4 puntos
Aún en nuestros tiempos hay gente que confunde arte con tedio, como si cierta reflexión dependiera de una desesperante lentitud y una repetición constante de conceptos. Alexfilm de Chavarría Gutiérrez es un claro ejemplo del cine entendido como herramienta falsamente filosófica antes que como herramienta narrativa. Hay dos secuencias interesantes y fundamentales en Alexfilm, ambas incluyen a un perro que es la única compañía del atribulado y solemne protagonista. El perro hace cosas desestructuradas normales de su vida, y observa curiosa la impostada actitud indiferente de su dueño exponiendo así lo artificial la película. Luego se nos impone la sensación de realismo mágico, como si de repente donde no pasaba nada ahora puede pasar de todo: transmutación y deformación del tiempo-espacio, y desde la tumba, Kubrick aún mata nuestras horas. Hay que dejar de contar historias por medio de conceptos al menos por dos años. Está bien que Alexfilm estuviera programada en la sección Estados alterados, el protagonista cambia de formas ante nuestros ojos, y nosotros pasamos de una felicidad dominical moderada al tedio más angustiante. Matías Gelpi
Homeland (Iraq Year Zero), de Abbas Fahdel / 8 puntos
El documental de Fahdel es una película ambiciosa. No lo es por su excesiva duración ni por la puesta en escena, sino por la ética que como realizador sostiene el director. El compromiso por registrar el acontecimiento político (la invasión estadounidense) y ofrecer imágenes no contaminadas por el discurso mediático corporativo supone un desafío desde todo punto de vista. Siempre la mirada de Fahdel, con su cámara/ojo recorriendo cada intersticio familiar como público, acompaña y escucha, sobre todo eso, escucha. Toda la primera parte ofrece un trayecto monumental por la cultura iraquí en su diversidad y la sensación es siniestra (en nosotros como espectadores) dado que conocemos el final. En dicho recorrido, se establece una red de versiones encontradas sobre el líder, el país y el futuro, siempre alternadas con la exploración del espacio familiar. Luego de una elipsis, donde inteligentemente no se recurre nunca a la lógica televisiva de mostrar la invasión, el cineasta se internará por barrios, casas, y obtendrá testimonios encontrados sobre lo ocurrido, mostrando el caos de incertidumbre en el que han sumido al país. Hay un elemento en particular que dignifica la luminosidad de la película más allá del horror: la cantidad de primeros planos destinados a los niños. El efecto es ambivalente: no se puede dejar de lado la tristeza al ver la inocencia pervertida por las armas y las decisiones políticas en uno y otro bando; sin embargo, hay en esas sonrisas también esperanza y sabiduría, y fundamentalmente el derecho a que nos miren. En este sentido, el director realiza una jugada maestra: por una vez siquiera los otros no son objetos de nuestras manipulaciones y somos nosotros, a través del cine, observados. Guillermo Colantonio
Lecho de rosas, de Gregory La Cava / 7 puntos
Dos prostitutas que salen de la cárcel engañan a sus pretendientes emborrachándolos primero, para luego robarles o hacerles creer que fueron amantes por una noche y sacarle algún provecho a esa relación efímera. Una de las dos mujeres es descubierta en una de esas acciones, salta al agua desde un barco que se dirige a New Orleans y es rescatada por un marinero que trabaja en un carguero de algodón, del cual se enamorara. Es increíble la libertad que tuvo Hollywood en esa época para hablar sobre ciertos temas, la comedia era uno de sus máximos exponentes junto con el cine policial. La verborragia con chistes cínicos que las dos protagonistas femeninas (las geniales Constance Bennett y Pert Kelton) van tirando, hubiera incomodado a muchos sectores de nuestra sociedad actual. La película tiene como protagonista a dos prostitutas que embaucan a viejos ricos para ser mantenidas, premisa que sólo la irreverencia de la comedia podía sostener. Hay elementos que retratan la situación post crack económico del 29, como los trabajadores del barco de algodón. Por si todavía les queda alguna duda cuando quieran ir a ver cine con contenido social o bajada de línea, busquen alguna película que tenga chistes, entrelíneas van a encontrar mucho más que en otros films pretenciosos. Gabriel Piquet
Machine gun or typewriter?, de Travis Wilkerson / 8 puntos
Hay un planteo que atraviesa a este film de la sección más experimental y barroca del Festival y se encuentra en su título: Machine gun or typewriter? (traducido: ¿Ametralladora o máquina de escribir?). El film se encuentra travesado por esta idea a través de una historia de amor que ilustra dos polos del debate, pero no resultan abstracciones, estos personajes realmente viven y se palpan más allá de que no los veamos en el plano, salvo por quien relata, apenas un hombre detrás de un micrófono. Por lo tanto, el film se vuelca al relato, que tiene la sensibilidad del cinismo noir y las sentencias de un panfleto político, mientras las preguntas se agudizan, una tras otra, hasta la incertidumbre del final. La voz en off estructura un film que se desarrolla caóticamente, entre archivos que documentan a una ciudad de Los Angeles espectral, entre su arquitectura, fotografías antiguas, reclamos televisados y la violencia que subyace detrás de una historia convulsionada entre sus paredes y sus calles. Entre el montaje crudo de archivos y la historia ficcional que transcurre, Wilkerson logra conmover y entregar un retrato gris de esta ciudad, pero también pone el dedo en la llaga a la hora de exponer el cuestionamiento que atraviesa la narración. Cristian Ariel Mangini
Me, Earl and the dying girl, de Alfonso Gómez-Rejón / 7 puntos
El film de Gómez-Rejón tiene muchos -tal vez demasiados- de los elementos que componen la típica comedia dramática indie y adolescente norteamericana: el joven inadaptado y cínico al respecto, el universo estudiantil como un espacio difícil de atravesar, el autodescubrimiento que va de la mano del romance o de la muerte (y cuando no de las dos cosas a la vez), un calculado trabajo visual y de planos que apelan a cierto extrañamiento y esteticismo cool. Y podríamos seguir enumerando. Pero hay que reconocerle que a favor, hay aquí una sinceridad que parte del relato en primera persona del protagonista: aquí, el joven inadaptado Greg es obligado por su madre a relacionarse con una conocida, una compañera del colegio que está sufriendo el tratamiento por una leucemia incipiente. Lo bueno del asunto es que la película, obligadamente por ese relato en primera personaje que decíamos, va adoptando progresivamente el punto de vista de Greg: y pasa de la canchereada del comienzo a un fuerte compromiso emotivo con la causa que lo conduce. Y así la película deja atrás guiños y posturas, para convertirse en el drama romántico y sensible al que le escapaba. Me, Earl and the dying girl se construye todo el tiempo como una anti Bajo la misma estrella, aunque no lo logre del todo. En todo caso, cuando falla, tenemos esas instancias de cinefilia, esas películas que hacen Greg y Earl, llenas de buenas ideas y gran sentido del humor, rascando tras los mitos del cine (Kubrick, Herzog) así como el film rasca tras los mitos de los grandes temas (enfermedad y muerte). Mex Faliero