Por Rodrigo Seijas

Mañana se estrena Monumento, film documental que aborda el proceso de construcción del monumento nacional en homenaje a las víctimas de la Shoá, compartiendo asimismo las historias y presentes de distintos sobrevivientes. Su director, Fernando Díaz, charló con FANCINEMA sobre los orígenes del proyecto, las diversas circunstancias y desafíos vinculados al proceso de producción y rodaje. El diálogo sirvió también al cineasta para referirse las implicancias del tema, el rol que puede jugar la película y las formas en que puede impactar reflexivamente en los espectadores.

¿Cómo surgió la idea para el proyecto?
La idea del proyecto surgió charlando con el arquitecto Gustavo Nielsen, a quien yo admiro como escritor. De hecho, yo lo contacté por una de sus novelas que quería adaptar para la ficción. Nos íbamos juntando todos los lunes a comer para hablar del proyecto hasta que un día él me dijo que se había reactivado el monumento. Yo no tenía idea, y le pregunte “¿Qué monumento?”, y ahí me contó que él con otro socio, Sebastián Marsiglia, habían ganado el concurso internacional para construir el monumento nacional a las víctimas de la Shoá, a emplazarse en la ciudad de Buenos Aires. Inmediatamente me pareció muy interesante poder documentar y ver todo el proceso creativo, porque básicamente lo que ocurre es que pasamos al costado de monumentos todos los días en la ciudad y ni si siquiera sabemos quién los hizo o por qué. También tuve la suerte de poder abordar el tema del Holocausto, que para mí siempre fue un tema muy sensible, desde la lectura hasta por ver películas y films documentales. Yo pensé que nunca iba a tener la posibilidad de acercarme a ese tema y estoy contento por eso. Me pareció que era un proyecto que tenía que hacerse inmediatamente, vi que había una película posible y necesaria.

¿Ves algún tipo de conexiones con tus films anteriores, como Plaza de almas?
En realidad no, este es un documental mientras que yo generalmente hago ficción, a excepción de los seis años que estuve viviendo en Francia, durante los cuales realicé una gran cantidad de documentales para televisión. Pero una posible conexión tanto con Plaza de almas como con La extranjera, mis anteriores films como director, es que a mí me interesa mucho trabajar sobre los sentimientos, los finales emotivos. Ese cine es el que me interesa hacer y ver.

¿Cuánto material filmado se acumuló y cómo fue el proceso de selección para el corte final?
Curiosamente en este documental fue cuando más material filmado acumulé. Debo haber filmado más de 100 horas para llegar a los 77 minutos que tiene la película. Definitivamente fue complejo hacer el montaje, primero porque el testimonio de los sobrevivientes abría un montón de otras puertas que tenían que ver con sus propios testimonios, con la Segunda Guerra Mundial, con la Argentina de esa época y eran todas muy atractivas convirtiéndose en una tentación meterse en cada uno de esos caminos. Lo mismo ocurría con la construcción misma del monumento, donde cada uno de los bloques y cada objeto cuya imagen va incrustada en dichos bloques, que era también fascinante. En ese caso nos quedaba reiterativo, por lo que tuvimos que cortar y elegir, realmente fue un montaje larguísimo y dejamos de lado cosas absolutamente maravillosas relacionadas al relato de los sobrevivientes. Sin embargo, no podíamos olvidar el objetivo final, que es la realización de una película, no una serie, y el temor de que se hiciera larga y dejara de interesar a la gente.

¿Cómo fue el seguimiento de las diversas personas involucradas en el proceso de construcción del monumento?
Esta película documental sigue de una manera tradicional las entrevistas a los sobrevivientes en sus casas dentro del marco de “Proyecto aprendiz”, entonces con su permiso nos juntábamos en un domicilio, y la cámara permanecía casi como un testigo oculto de los que estaba ocurriendo ahí, tratando de no interferir para nada en el proceso del proyecto entre el joven y el sobreviviente de la Shoá. Eso se hizo de una manera documental clásica, donde podíamos pautar aproximadamente el día y la duración de lo que íbamos a ver, eso se trabajó sin mayores inconvenientes. El resto, tanto en la hormigonera donde se estaban haciendo los bloques como la coordinación con los arquitectos y demás artesanos que trabajaban en la construcción del monumento, fue más caótica porque teníamos que estar siempre con la cámara y el equipo dispuesto a salir, ya que dependíamos de otros factores de magnitud. Por ejemplo, cuando se iba a hacer un vaciamiento de hormigón, o un volcado importante de una pieza que no queríamos perder para la película. Eso iba a ocurrir sólo una vez, no nos podíamos permitir el lujo de que lo repitan por nosotros, así que ahí siempre estábamos como los bomberos, siempre listos para salir. Con el resto de los viajes a Alemania y Polonia, también hubo una coordinación muy precisa gracias a que la embajada de Alemania en Argentina que nos ayudo mucho para poder hacer esos viajes, y allá, estaba todo perfectamente coordinado, con los permisos para entrar y filmar en lugares públicos. En ese sentido fuimos un equipo de documentalistas privilegiados.

¿Cuál es la relación que ves que se puede establecer entre la memoria, la arquitectura y el cine a través de la película?
El tema central de esta película es la memoria. Lo que ocurre es que el monumento en sí mismo, cuya idea es que nos sobrevivirá a todos nosotros, es algo físico que habla de la memoria, uno no puede evitar pararse frente al monumento y empezar a plantearse qué es ese monumento y llegar a lo que es el Holocausto y reflexionar sobre el tema. Y ahí estaría funcionando con su objetivo a pleno, que es mantener la memoria, recordar a las víctimas. Esto es tangible y lo podemos ver todos los días cuando pasamos frente a él. La película es también la memoria de los sobrevivientes y a través del “Proyecto aprendiz” transmiten su memoria oral de primera mano. Cuando ellos no estén más, no va a ser como el monumento, cuando ellos no estén más va a ser una pérdida terrible para la humanidad. Porque ellos son los testigos y la memoria viva de lo que paso, por eso es tan importante en la película cuando un joven va a seguir con ese legado y lo va a seguir transmitiendo a las futuras generaciones. Esta película es memoria en sí misma. Aunque estamos viendo que hay distintas maneras de mantener viva esa memoria, son todas válidas y se complementan perfectamente.

¿Cuáles son tus expectativas de cara al estreno de la película? ¿De qué manera creés que puede impactar el film en la comunidad judía argentina?
Mis expectativas para el estreno son enormes. Primero, porque el principal deseo de todo realizador es que la obra encuentre su público y que a este público le guste y se sienta identificado con la película, se emocione, salga pensando en ella y la recomiende. Es el deseo que tenemos los realizadores cuando hacemos algo, entonces mis expectativas están puestas en eso, no en la cantidad de público ni en la cantidad de salas. Cada película tiene su público, 10 millones o 100 personas pero lo importante es que encuentre a ese público y pueda disfrutar de la obra. Con respecto a cómo puede impactar la película en la comunidad judía la verdad es que no lo sé. No es un film hecho para aquellos que se consideren judíos, si bien el puntapié inicial es el monumento a las víctimas del Holocausto judío. Por supuesto que aquellos que se sientan parte de la colectividad judía, creo que serán la primera línea de espectadores y creo que los que tengan parientes o conocidos que vinieron luego de la segunda guerra mundial o que son sobrevivientes de alguna guerra, sin haber pasado necesariamente por la persecución nazi en Alemania, se pueden sentir más cercanos. Sin embargo, la idea misma de la película, como la de los arquitectos cuando hicieron el monumento, es tratar de hacer memoria sobre las atrocidades cometidas contra la humanidad en general. Es algo mucho más abarcativo que el Holocausto. Da paso a una reflexión sobre todos los genocidios, algo que la humanidad tiende a repetir sistemáticamente.