Título original: Anita
Dirección: Marcos Carnevale
Guión: Marcos Carnevale
País: Argentina
Año: 2009
Duración: 104 min.
Intérpretes: Norma Aleandro, Alejandra Manzo, Luis Luque, Leonor Manso, Peto Menahem, Mercedes Scapola
Fotografía: Guillermo Zappino
Música: Lito Vitale
Montaje:


Por Cristian A. Mangini


 CUANDO LA TRAGEDIA SE DEVORA UN GUIÓN

Anita de Marcos Carnevale es un buen ejemplo de cine fallido, con errores groseros y buenas ideas a las que en algún momento la tragedia que retrata la hicieron disolverse en el más absoluto vacío. Pero la falla más notable está en el punto de vista y cierta visión superficial de estereotipos sociales con los cuales se pretende señalar que la tragedia del 18 de julio de 1994 en la AMIA atravesó a toda la sociedad: esa es la intención de Carnevale al hacer que su personaje protagónico haga un viaje lleno de desafortunadas (y forzadas) circunstancias, y ese es el enorme agujero negro en el que cae el guión.

 

Se comprende el subtexto, pero la puesta de esa idea en la pantalla es tan superficial, tan carente del más mínimo relieve social, que parece mas bien una suma de personajes pintorescos sacados de un folleto de Buenos Aires con lo peor de la televisión costumbrista local. En consecuencia no hay aquí ni una visión crítica sobre el atentado, ni una visión subjetiva sobre el mismo, sino una amarga mezcla de un personaje intentando entender lo que sucedió mientras se entreteje una trama carente del más mínimo desarrollo de personajes. ¿Lo positivo?: algunas actuaciones (Alejandra Manzo y algo de Peto Menahem) , cierto alejamiento de la estética televisiva de Elsa y Fred o Tocar el Cielo, en parte gracias a, por ejemplo, la incorporación de planos largos y un montaje algo más cuidado, y una búsqueda por evitar el efectismo o el inevitable golpe bajo utilizando el fuera de campo como una inteligente estrategia para retratar el atentado (aquí si, la película es coherente, porque respeta el punto de vista de cada uno de los personajes sobre la tragedia, quienes en general ven las imágenes a través de la TV) .

 

Pero como el problema esta en la trama y como se desarrollan los hechos, hablemos un poco de porque resulta por momentos un disparate. La introducción logra de manera correcta, aunque con algunos diálogos penosos, presentar a los personajes de Norma Aleandro (Dorita) y su hija, Anita (Alejandra Manzo), en un entorno cotidiano, con las dificultades y bondades que implica para Dorita cuidar de su hija que es síndrome de Down. Además tienen un hermano (Peto Menahem) con la obsesión de ver la final del mundial, y solamente hablar de eso, que cobrará relevancia dramática con el avance de la narración. El atentado golpea la vida de Anita mientras Dorita se encontraba ausente haciendo un trámite en la AMIA y es llevada hacia un hospital. El desconcierto de nuestra protagonista tras evadir a los médicos la llevará a cruzarse de manera prácticamente arbitraria con diferentes sectores sociales que la ayudarán o no a reencontrarse con su angustiado hermano, que la busca entre las víctimas del atentado. El problema es que no sólo se tratan de cruces arbitrarios sin demasiada lógica, sino que esos cruces con personajes secundarios resultan de una superficialidad alarmante.

 

Anita se topa en lo que resulta su odisea con un fotógrafo alcohólico venido a menos con problemas familiares, con una familia de chinos que tienen un supermercado, con pibes chorros cuando el término apenas era usado (recordemos, 1994), con cartoneros y con familias que viven en condiciones de indigencia. Y la verdad es que no hay mucho más que profundizar porque los personajes son eso. No hay una densidad humana en estos personajes sobre los cuales el punto de vista de la cámara a veces los hace inexplicablemente protagónicos, no hay diálogos que fluyan naturalmente y algunas líneas parecen prácticamente imposibles (“vos te caíste de la escalera, yo me caí de la vida”, “ahora en lugar de mi hermana voy a enterrar un montón de piedras”) y, lo que es peor, se trata de personajes condenados a un determinismo con los que el film se encarga de saldar cuentas de diferentes maneras utilizando esquemas sin el menor trasfondo social o psicológico. En este sentido, la película carece de una visión humana, sino que se pliega a un guión donde los personajes son herramientas para decir algo, subrayar algo.

 

Tiene algún momento emotivo acertado sobre el final, y la fragmentación a través de black-screens durante toda la película cobra relevancia porque la última frase aparece en una placa negra que remata la idea sobre la cual sobrevuela el film. Pero se trata de un relato desordenado que se sacrifica precisamente por esa idea y la memoria sobre esa tragedia, además de tener numerosos errores sobre su puesta en escena (extras, montaje, actuaciones, elección de planos, entre otros). Hay una intención pero esa intención aparece disuelta sin el menor espesor y finalmente queda poco por recordar del film salvo la honestidad de las ideas (es decir, el urgente y necesario pedido de justicia) que pretende poner Carnevale en pantalla.