Título original: Papá por un día
Dirección: Raúl Rodríguez Peila
Guión: Jorge Maestro
País: Argentina
Año: 2009
Duración: 103 min.
Intérpretes: Nicolás Cabré, Luisana Lopilato, Gimena Accardi.
Fotografía: Rolo Pulpeiro
Música: Claudio Waisgluss
Montaje: –
Por Cristian A. Mangini
LOS QUE TOMAN MATE, LOS QUE TOMAN CAFÉ
Hay películas que uno comienza a mirar con prejuicio ante ciertos nombres en la producción, ciertos avances, ciertos planos delatadores de un trailer impresentable, prácticamente revelador de lo que va a ser el resto del film. En algunos casos uno va al cine, se sorprende y se tiene que meter los prejuicios donde mejor le plazca. En otros, que por desgracia son la mayoría, se reafirma, anota los detalles y busca la mejor forma de contar que películas como Papá por un día de Raúl Rodríguez Peila son un liso y llano desastre. Hay que justificarlo, no se puede ser tan superficial como la obra misma, entonces uno destaca: guión torpe con enormes agujeros negros sin resolver, personajes sin un sustento narrativo o una construcción más o menos coherente, actuaciones irritables y líneas de diálogos infantiles, mala dirección de fotografía, mal empleo del sonido, mala elección de planos y un montaje brusco, con empleo de técnicas como el fundido encadenado sin mayor objetivo que imitar la estética de un comercial televisivo, y un final con un uso lamentable del montaje paralelo. Todo eso es Papá por un día y entonces llega el momento en que uno se plantea porque no mirar lo que nos está diciendo la película. Lo que este cine industrial nacional plantea a veces no sólo es simplista e infantil (en el peor de los sentidos), sino también manipulador y aleccionador.
Dicotomías, en fin. Los que toman café son gente amarga y obsesiva, viven en lujosos lofts y son individualistas a más no poder. Quieren controlar todo lo que está a su alcance, son fríos en el trato con la gente por la cual sienten afecto y no tienen sustento familiar alguno. Puede ser que una madre haya viajado a algún paraje distante por delirios o convicciones místicas y que cierto padre lo haya abandonado hace muchos años y por eso ha quedado golpeado toda su vida. Los que toman mate se sientan con toda sus familia y comparten la bebida mientras charlan. Son cálidos, les sobra coraje y viven humildemente en algún pueblo apartado de la costa. Si Julieta (LUISANA LOPILATO) le rechaza el café a Federico (Nicolás Cabré) porque ambos comparten una visión del mundo completamente diferente (en la secuencia del ascensor), se puede deducir que aquí no sólo hay una “inocente” exaltación patriótica sino también un estamento ridículo respecto a clases sociales que es alarmante. Lo que es aún peor es el desarrollo de personajes como el de Cecilia (Gimena Accardi) o Tini (Julieta Poggio) que se asemejan a caricaturas sin gracia, forzadas por el guión a situaciones insólitas (¡la secuencia del taxi bajo la lluvia!) y diálogos lamentables.
Si usted está cansado de adjetivaciones lo invito a pensar esto: la película comienza con un montaje paralelo (otro caso desafortunado del uso de la técnica) entre el entrenamiento que realiza Federico de su equipo de hockey femenino y su padre que lo abandonó hace unos años gritando porque unas palas mecánicas se están llevando por delante unos arcos. Unos minutos más tarde nos enteramos que el padre de Federico interpretado por Gustavo Garzón se está muriendo por un pico de presión. Nunca se explica porque estaba gritando, de donde salieron esas palas mecánicas ni porque resulta tan importante para el pueblo su figura, más que la de ser entrenador de un equipo de hockey en la playa.
La cuestión es que tenía una hija con un golden cachorro insoportable, y el pobre Federico que tenía su vida ordenada y estaba a punto de casarse con una chica de la high society (sí, parece que la gente de clase alta es de clase alta porque compra ropa compulsivamente, utiliza el spanglish, dice cosas como “hay, gordo” y arrastra el tono de voz de manera insoportable) ve su vida vulnerada por la herencia de su padre moribundo, que lo abandonó hace diez años y ahora le “entrega” su hija Tini (+ perro) de quien sabe que madre, para que la cuide. La cuestión es esa: no sabemos de donde sale Tini y a la película tampoco le importa por la sencilla razón de que explotar esa faceta dramática le quitaría peso a lo que vende el film, el triangulo amoroso. Y entonces Aparece el personaje de Julieta (LUISANA LOPILATO) que prácticamente le impone que se haga cargo de la chica, Federico eventualmente lo hace, retrasa los planes de su boda, se va al pueblo costero perdido en quién sabe donde y conoce gente del lugar que es sencilla y con “buenos valores” –y con la “actuación” de Patricia Sosa- y toma mate. Además le recuerdan constantemente a Federico lo importante que fue su padre para la comunidad y cosas así, además de que ahora tiene a Tini que, inexplicablemente parece ser antipática a Cecilia (¿prejuicios de clase infantiles?) y le dice que la culpa de que su padre lo haya abandonado fue de él porque no lo buscó luego de que lo abandonó (¿?). Esto hace que uno se sienta mal por el personaje de Nicolás Cabré hasta que recuerda que en el pueblo está la “sencilla” LUISANA LOPILATO (LL), y que tiene una suerte de romance con ella. Obviamente su novia insoportable es celosa y en algún momento también va al pueblo perdido a buscar a Federico, hay toda una situación de enredos, y una secuencia de un partido de hockey filmada y montada de un modo lamentable, imposible de entender. Lo importante: encima de celosa e “insoportable”, el personaje de la atractiva Gimena Accardi juega de manera agresiva con su amiga interpretada por INÉS PALOMBO, lesionando a una de las chicas del equipo de Julieta (LL). Es decir, el director fomenta la caricatura y el estereotipo hasta que es imposible que no suene forzado el actuar de sus personajes.
Federico contrariado. No sabe que hacer: Accardi o Lopilato, Lopilato o Accardi. Se iba a casar, recuerda, entonces “esto no está bien” le dice a LL y elipsis. Por esas cosas del guión Accardi y Lopilato aparecen enfrentadas en un partido de Hockey. Como el director entiende su incapacidad para sostener la filmación de un partido utiliza de manera más que afortunada el split screen y logra realizar una buena secuencia, con momentos emotivos y un buen trabajo sobre la tensión que genera el partido. Luego viene el lamentable desenlace: un giro moralista del personaje de Federico diciendo que no se pueden vender los jugadores, luego un casamiento y una de las secuencias que remiten a un Eisenstein puro en la construcción del montaje. Se están casando nuestro protagonista y Cecilia, y de repente él va a decir si quiere o no quiere y hay primero un montaje paralelo de Julieta yéndose a Australia y luego un plano de Tini diciendo “que no, que no, que no”, luego plano detalle de JESÚS (¿?) y finalmente plano del perro de Tini en el medio de la iglesia, que obviamente remite al padre, con una luz blanca que hace parecer que la reencarnación de Gustavo Garzón, o Dios, o quien sabe que divinidad están en el perro y bueno, corre a buscar a su chica al aeropuerto. Eventualmente la alcanza y todos felices.
No funciona ni como comedia familiar. Pocas cosas causan gracia, y el director se empeña en explicar y anticipar todos los posibles gags. Cabré sobreactúa a pesar de que creo que es un buen actor al que tendría que dirigir alguien experimentado en comedia tras la cámara. Julieta Poggio es una niña actriz a la que le falta pulir algunas cuestiones y Rodríguez Peila se empeña en realizar algunos planos largos que delatan la inexperiencia de la actriz. Es decir, le tira literalmente con un ladrillo a la pobre actriz joven, en la secuencia en que recuerda la muerte de su padre junto a Federico al pie de una cabaña. Más anecdótico es lo de Lopilato y Accardi, forzadas por el guión a personajes que no podría reflotar ninguna actriz. El resto sufre el mismo destino pero en un segundo plano, salvo Patricia Sosa que en los minutos en pantalla definitivamente no actúa. Preocupante ver el nivel y las cifras que inflan este “éxito” porque marca el nivel al que se condena a nuestro cine industrial. Uno espera que en las próximas semanas Campanella y Piñeyro llenen salas de la misma manera que “esto”: hasta en los productos más flojos de ambos directores hay más cine que en Papá por un día.