Por Cristian Ariel Mangini, Julieta Paladino y Mex Faliero
El XII Festival Nacional de Cine y Video Documental organizado por el Movimiento de Documentalistas pasó por Mar del Plata (sede elegida este año para esta muestra itinerante) y su presencia fue más que importante: el documental, género muy explotado hoy en el país, es una forma de conocer otras realidades, por fuera de lo que se instala en el debate político y en los noticieros. Entonces, surge ahí, al contemplar algunos de estos trabajos, un país que nos sorprende, tanto por sus capacidades como por sus problemas estructurales que se mantienen. Lástima que el público no acompañó de una forma más masiva este festival, que arrancó caliente con la presencia del Premio Nóbel de la Paz, Adolfo Pérez Esquivel.
La participación de Pérez Esquivel estuvo relacionada con la proyección de Adolfo Perez Esquivel, otro mundo es posible, de Miguel Mirra. Y, además, se dio en medio de un par de situaciones complejas: el intento de destitución del presidente ecuatoriano Rafael Correa y las declaraciones de Hebe de Bonafini acerca de “tomar Tribunales”. “Es una luchadora que yo respeto pero que no estoy de acuerdo con expresiones que ella tiene. Gracias a Dios tenemos una corte independiente de los poderes. Pero es mucho más grave lo que dijo Zannini: ‘nosotros no elegimos esta Corte para hacer lo que hace’. ¿Qué quería? ¿Una Corte sometida al Poder Ejecutivo?”, dijo Pérez Esquivel.
Tras una apuesta a “fortalecer las instituciones democráticas”, el Premio Nóbel criticó a los Kirchner, de quienes dijo que “tienen muchas contradicciones. Por un lado tienen un discurso muy progresista y por el otro lado son neoliberales. O nos olvidamos que Néstor Kirchner siendo gobernador de Santa Cruz fue el que apoyó a Menem para la privatización de YPF para quedarse con las regalías petroleras”. Estas manifestaciones abrieron el juego para lo que serían, en el mismo tono, tres días de documentales que transcurrieron en el Teatro Auditórium. Rescataremos aquí algunas de las obras vistas.
El corto Horneros, de Julia Tiscornia, se plantea desde un registro donde las imágenes reposan poéticamente con el espacio, permitiendo que nos sumerjamos en la realidad de la actividad alfarera del pueblo de Cucullú. El principal mérito está en el guión que consigue economizar recursos con inteligencia. Por ejemplo, la voz en off de uno de los chicos del pueblo detallando la actividad no sólo cumple un fin descriptivo: también señala el porvenir. Entre planos cuidados y un trabajo de sonido ambiente inmersivo, el corto registra la actividad de un pueblo con una serie de detalles cotidianos que en sus rostros y en su trabajo encuentra una construcción visual que escapa a cualquier etiqueta espacial o temporal.
Hay que señalar que algunas cosas comienzan a repetirse en el documental argentino, sobre todo aquellas vinculadas con el trabajo de observación: Ramón y María, escenas de la vida en el campo, De Mario Del Boca, invita a que reparemos en la vida cotidiana de un matrimonio que hace su pan y demás actividades campestres. Tal vez el mayor hallazgo sea la consulta que hace el director, luego de que degüellen a una cabrita: ¿no les da lástima? Sí, dicen Ramón y María, pero con total tranquilidad también reconocen que alguien tiene que hacer la tarea. Las personas calladas son un gran misterio.
Por su parte Adolfo Perez Esquivel, otro mundo es posible fue una decepción. Si bien en un primer momento el documentalista Miguel Mirra se acerca a la figura desde un perfil biográfico, que sirve para conocer algo de la intimidad de este personaje, rápidamente pasa a la actividad política de Pérez Esquivel. Si bien esto no tiene nada de malo, hay situaciones que tienen que ver con hechos recientes que posiblemente uno haya visto en algún noticiero. La falta de profundidad se suma a aspectos formales televisivos, sin más aciertos que unir hechos tras hechos con débiles lazos. Dos por tres surgen algunas declaraciones interesantes del Premio Nóbel, pero todo se resume en la capacidad de este hombre para trabajar por la paz y la libertad.
Tres destacados
Más interesante resulta El Almafuerte. Detrás de una construcción formal correcta, medida, casi inofensiva de la nueva tradición de documentalistas argentinos, surge una película que levanta preguntas a través de un desarrollo que nunca pierde su valor testimonial. Las preguntas que se hace son un cuestionamiento a las instituciones represivas del Estado, pero sin subrayados, sin plantear búsquedas utópicas o apuntando con un dedo a una figura política. Lejos de la demagogia, El Almafuerte, de Roberto Persano, Santiago Naciff y Juan Andrés Martínez, se plantea como una alternativa a los estereotipos mediáticos que se construyen y terminan por ser aceptados pasivamente por los espectadores televisivos, los lectores de los grandes diarios, o los oyentes de las radios que se escuchan habitualmente.
Hay en el registro testimonial de esos jóvenes del Instituto de Menores Almafuerte, que aparecen con nombre y sin sus caras tapadas, un relato antagónico al mediático desde el plano. Por decirlo de otra manera, no pasará mucho tiempo hasta que encuentren las diferencias con cualquier noticiero, Policías en acción o Cárceles. Hay luego, en la inserción y la oportunidad de tener control sobre la dirección estética del documental, una búsqueda que intenta revertir la visión unidimensional de los “pibes chorros”. Si bien el trabajo de testimonio es plural y se remite a varios chicos del Instituto, uno no puede dejar de pensar en los casos de Jonathan y Diego C., donde sus historias aparecen entrelazadas con el mismo entusiasmo por el proyecto pero su final es radicalmente distinto. Es allí donde uno se plantea el valor de estas instituciones tal cual están planteadas, o incluso en las palabras del mismo director del penal que la define como una “porquería”, pero consciente de que sólo puede hacer una porquería “mejor”. En el medio surgen las preguntas de los docentes sobre la posibilidad de reinserción y la lucha con la exclusión, dejando un epílogo que en su sabor amargo encuentra su mayor triunfo: el beneficio de la duda sobre algo que parece tan asentado en el sentido común argentino.
Octubre Pilagá, de Valeria Mapelman, es un documental que tiene próxima fecha de estreno en Capital Federal y que ha sido proyectado ya en el BAFICI. Es una apuesta fuerte, si uno tiene en cuenta el lado hacia el cual oscilan los documentales que se hacen hoy por hoy en el país: la crítica apunta directamente al gobierno del ex presidente Juan Domingo Perón, ya que bajo su mandato se ordenó una matanza de aborígenes Pilagá en el norte del país. Mapelman se pregunta cómo la política de justicia social que apuntaba al obrero no se respetó hacia los indígenas. Los pocos habitantes que quedan de esta tribu, que vivieron aquellos hechos, acompañan a una expedición que va al lugar para tratar de encontrar los restos de aquellos aborígenes asesinados por el Ejército argentino en octubre de 1947.
El documental se vale de documentos históricos y del testimonio oral de los sobrevivientes. Así, cumple de buena forma con la tradición de las tribus originarias en su transmisión de leyendas: aunque, vale decir, lo que hay aquí para comunicar es mucho más crudo que una leyenda. Es una especie de genocidio, que ha quedado en la historia oficial como un dato oculto y que a través de Octubre Pilagá toma nueva dimensión. Porque uno, indudablemente, al tomar conciencia de estos episodios no deja de preguntarse de qué manera se conectan algunos discursos del presente con las acciones del pasado. Decididamente hay sectores de nuestra política que todavía no han confesado todos sus pecados.
Por último hablemos de Resistiendo. Voces de las víctimas de la masacre de Pando, de María Sol Wasylyk y Alejandro Pallerada, el cual se plantea desde una estructura testimonial una reconstrucción de lo ocurrido en la masacre de Pando y sus consecuencias. El exhaustivo trabajo de investigación que se aprecia tanto en la información que vemos en gráficos, como en la elección de testimonios, es de una contundencia prácticamente irrebatible. El conflicto surge quizá en la forma en que esa información está estructurada, entre testimonios de peso y algunos que resultan al menos cuestionables. La voz del campesinado como una columna vertebral del relato se mantiene pero en el montaje, a la hora de confrontar con voces como las del ministro Zapata, opta por una secuencia de planos cortos donde no siempre se logra dilucidar las dudas que el documental levanta. ¿Fue la masacre de Pando un “mal menor” para evitar una confrontación más violenta en Santa Cruz? ¿Qué nivel de responsabilidad corresponde al prefecto Leopoldo Fernández y cuál al Gobierno en ese caso?
Más allá de esta cuestión los aciertos aparecen no tanto en la reconstrucción de los hechos (que a veces pueden prestarse a confusiones, requiriendo a un espectador informado sobre lo ocurrido) sino en el testimonio que el sector sobreviviente del campesinado deja sobre las consecuencias de lo ocurrido el 11 de septiembre. Sus voces resuenan con fuerza por la impotencia que cargan en sus enunciados. Resulta al menos cuestionable y algo manipuladora la elección de ubicar el testimonio de una de las esposas de quienes reprimieron durante la masacre de Pando, ya que es sobre esta figura que recae la antipatía del espectador y, en el montaje, es imposible no ver que la mano del realizador pretendía lo mismo (*).
(*) Cristian Mangini aclara: “estoy en contra de lo que la mujer plantea, pero no estoy de acuerdo en que todo el peso negativo del documental recaiga sobre su figura”.