Realmente tenía mucha expectativa sobre esta película argentina (un western con estética gauchesca, eso parecía en los trailers) y no las cubrió. Aballay es un ladrón que lidera una banda que ataca una caravana, los ocupantes son asesinados y sólo un niño escondido sobrevive. Diez años después, ese mismo niño (ahora un hombre interpretado por Nazareno Casero) llegará a un lugar llamado La Malaria (la geografía remite a algún lugar del norte o noroeste de la Argentina) para emprender su venganza contra los hombres que mataron a su padre. Hospedado en un rancho cerca de La Malaria conocerá a “Negro” (Moro Anghileri, que está muy bien en su papel de mujer de campo) de la cual se irá enamorando, pero descubrirá que otro de los integrantes de la banda es la persona con la cual esta se tendrá que casar. “El Muerto” (Claudio Rissi, lejos el mejor actor de la película y alguien que puede hacer creíble cualquier cosa) líder de la banda comandada antes por Aballay (Pablo Cedron), a quien ahora le dicen El Santo y vive ermitaño en las sierras. La película confunde porque parece que Aballay va a tener más peso como personaje pero al emprender la venganza, el personaje de Casero tendrá que enfrentarse con El Muerto (que tiene muchos más condimentos para ser el antagonista a vencer). Hay actores de renombre en papeles secundarios que le juegan en contra al director ya que su aparición llama demasiado la atención y lleva al espectador a dispersarse (Goyti haciendo de cura). Hay muchos desaprovechados (Ziembrowski, que aparece sólo al principio y en un flashback) y hay otros que están forzados (Fontova haciendo de cordobés). Aballay, en la subtrama que lo define como un personaje con aires místicos, desconecta mucho y es lo que lo acerca al universo de Favio sin llegar nunca a lograr su cometido. Ni western ni gauchesca, a seguir intentando, porque es un género que el cine argentino tendría que insertar como propio en el mercado internacional.