Abril – 10 – 2011

Título original: Hall pass
Origen: EE.UU.
Director: Peter Farrelly y Bobby Farrelly
Reparto: Owen Wilson, Jason Sudeikis, Jenna Fischer, Christina Applegate, Nicky Whelan, Richard Jenkins, Stephen Merchant
Guión: Pete Jones, Peter Farrelly, Kevin Barnett y Bobby Farrelly
Fotografía: Matthew F. Leonetti
Montaje: Sam Seig
Duración: 105 minutos
Año: 2011


5 puntos


Escatología conservadora

Por Mex Faliero

Hay un diálogo interesante en Pase libre, uno que deja en evidencia que Peter y Bobby Farrelly no son meros exhibidores de escatologías, sino que piensan los materiales con los que trabajan. Allí Maggie (Jenna Fischer) le dice a Rick (Owen Wilson) que le dará el vendito pase libre para que se tome una semana sin los compromisos del matrimonio, tiempo en el que podrá hacer lo que quiera. Libertad total. Libertad que, por otra parte, demostrará que la constante genitalidad de exhiben en sus diálogos tanto Rick como su amigo Fred (Jason Sudeikis) no es más que el resabio de una adolescencia tardía, y que expuestos al desenfreno descubrirán su infantilismo. Lo que dicen los Farrelly ahí -o al menos intentan- con la autodefensa que elabora el personaje de Wilson es sincerarse y reflexionar sobre las guarradas constantes que han sido eje de su cine, y demostrar que las mismas son parte y no un excedente; que pueden ser constitutivas y no un mero recurso, un manotazo de ahogado. En cierta forma, Pase libre retoma lo expuesto en Irene, yo y mi otro yo, sobre la deformidad conviviendo en equilibrio insano con la normalidad. Pero si Pase libre termina siendo apenas una comedia discreta, es porque por empezar el humor está aguado, la deformidad ha dejado lugar a una ligera incomodidad, y fundamentalmente porque si el objetivo de esta búsqueda es el conservadurismo que exhibe el final, los pedos, los vómitos y las genitalidades se confirman como una broma onanista y pierden su sentido político.

Entiendo que los Farrelly se han hecho famosos por un par de errores: ni Tonto y retonto ni Loco por Mary son películas satisfactorias -mucho menos la segunda, que me irrita considerablemente-, pero fueron un laboratorio en el que trabajaron los elementos que posteriormente enriquecerían la superficie de sus comedias. Irene, yo y mi otro yo -su gran obra- e Inseparablemente juntos (una joya no muy conocida es Kingpin) confirmaron que había algo atractivo allí, un universo que recurriendo a las más extremas humoradas de tocador podía explicitar un mundo en el que bajo la normalidad se alimentaba la monstruosidad. Y no sólo la escatología podía ser inteligencia, sino que además la insistencia en los personajes discapacitados o con alguna deformidad representaba una declaración de principios: la humanidad estaba en aquello que, para los parámetros oficiales, se distanciaba efectivamente de los cánones de belleza o sociabilidad. No había corrección política porque la deformidad no era sólo exposición física, sino comprensión real y registro sobre el que se desfiguraban las propias ficciones.

En Pase libre hay una primera instancia llamativa: no hay deformidad explícita. Salvo el encargado de un café, un personaje que es un síntoma y una incomodidad constante, los Farrelly deciden que aquí lo feo sea un comportamiento social: el misógino que no para de mirarle el culo a toda mina que pasa, el que se la pasa hablando de sexo, el que parece vivir constantemente frustrado porque no puede encamarse con todas las minas que se le cruzan, y que culpa de todo al matrimonio. Y luego, quieren que esa fealdad sea un tono, una forma de transitar la narración. Obviamente, porque si no no habría conflicto, hay un aprendizaje y el mismo tendrá que ver con cómo estos fulanos descubren que aquello que deseaban no era más que un mito y que la verdad está ahí, al lado, en su casa. Eso lo sabemos más o menos desde que empezamos a ver la película, así que lo que nos interesa es todo lo que hay en el medio, en cómo llegan estos tipos a aceptar la vida marital por sobre la libertad absoluta.

Y ese es el principal inconveniente no sólo del film, sino en este caso -y sobre todo- de la comedia. Se podría decir que el problema de Pase libre es congénito, ya que los Farrelly caminaban aquí sobre un territorio demasiado peligroso como para no salir dañados. Antes que nada, debemos señalar una cosa: allá por los 90’s, cuando se hicieron famosos llegaron para retorcer la comedia mainstream, uniendo dos puntos que hasta entonces estaban distantes, la comedia romántica con el humor escatológico. Sin embargo algo pasó en el camino y su cine dejó de interesarle al gran público. Y en todo este tiempo, el camino perdido por los Farrelly fue ganado por Judd Apatow y su banda, más sensibles pero también menos rabiosos. Paseo libre, pues, debe ser interpretada entonces como una forma de los Farrelly de reactualizar sus texturas pero aplicándolas al cine Apatow, mucho más preocupado en cómo se da la maduración de sus personajes. La experiencia de Pase libre es frustrante porque los hermanos pierden -tal vez por primera vez- el sentido de su propio cine: la escatología nunca fluye en paralelo con las situaciones ni con los personajes, sino que aparece para generar incomodidad y violentar cualquier lazo que puedan entablar los protagonistas con posibles intereses sexuales. Así la frustración constante de Rick y Fred no es real, sino que es la que los directores y guionistas deciden que tiene que ser. Hay una maldición constante, que hace del sexo algo ingrato si no es en la pareja. Si bien los Farrelly parecen conscientes de esto y hasta juegan sobre el final a desacralizar el rematrimonio, no logran darle real fuerza al concepto y nunca como antes los lugares comunes de la comedia romántica (el género sobre el que siempre han trabajado) se les vuelven en contra.

En todo caso, de los dos matrimonios que centralizan la atención en Pase libre, el más interesante es el de Jason Sudeikis y Christina Applegate ya que ambos están más dispuestas a correr los límites, y de hecho son menos cristalinos más ambiguos que la pareja Wilson-Fischer. No de gusto, los Farrelly -inteligentes como son- deciden terminar con ellos el film, en un diálogo que resume mejor la deformidad de los directores que la hora cuarenta que transcurrió antes. Incluso, si uno se queda unos minutos en la sala luego de que empiezan a rodar los créditos finales, encuentra ahí sí la película que fue a ver: un pequeño corto con Gary, uno de los amigos de Rick y Fred, que es una exhibición veloz y salvaje de esa deformidad que subsiste en esa clase media norteamericana que es una marca de fábrica de los Farrelly.