Título original: Idem
Origen: Argentina / Ecuador
Dirección: Karina Kracoff, Osvaldo Ponce
Guión: Karina Kracoff, Osvaldo Ponce
Intérpretes: Claudio Giovannoni, Celina Ponce de León, Laura Josefina Yañez, Coni Marino, Toti Glusman, Miguel Annecchini, Enrique Blanco, Claudia Kelly
Fotografía: Osvaldo Ponce
Montaje: Karina Kracoff
Música: Bosques
Duración: 69 minutos
Año: 2014
4 puntos
Mistificame
Por Mex Faliero
Koan la hace fácil. O difícil, según se mire. Fácil, porque haciendo de lo místico, lo introspectivo y lo espiritual su núcleo duro, en verdad aquel espectador que no ingrese en sus códigos no podrá relativizar fácilmente lo que acaba de ver. Es que ¿cuánto podemos juzgar de una serie de elemento icónicos que se nos disponen de manera tan críptica? ¿Acaso no es una forma un tanto imperativa de instalar su verdad cinematográfica? Creer o reventar, de eso tal vez se trate. Pero también es difícil lo de Koan, porque aquellos elementos no fluyen de manera aceitada, el relato se vuelve tedioso y su transitar, más allá de sus escasos 69 minutos, se hace decididamente tortuoso. Es difícil, decíamos, para el espectador.
Pero hay más de esta dicotomía entre facilidad y dificultad que propone la película de Osvaldo Ponce y Karina Kracoff. Más allá del poder de lo simbólico que imponen los realizadores, cuando uno logra quitar esas capas de textura sensorial, se encuentra con que en el medio, en el hueso, hay más bien poco. Un fotógrafo viaja y se cruza en un pueblo con una especie de curandero: ambos son iguales, tanto que los interpreta el mismo actor. El conflicto se da entre la búsqueda interior del fotógrafo y la frustración del curandero, quien por primera vez no puede sanar a un enfermo. Sin demasiados diálogos, con una predilección por las imágenes con cierta poética, la película habla en definitiva del dejarse ir, del abandonar posturas y abrirse a lo desconocido. No deja de ser un conflicto universal, ya transitado en el cine, pero contado de una forma demasiado intrincada, como si diera vergüenza lo simple.
Pero lo que no pueden los realizadores es darle sustancia a su búsqueda. Las imágenes no logran las dimensiones buscadas, la parquedad de los diálogos y lo corporal no encuentra en las actuaciones un canal comunicativo adecuado, y la película se termina diluyendo en el aburrimiento más absoluto. Sólo queda esa prepotencia de lo intrincado como modo evasivo. A lo sumo la falta final de pretensiones hace que Koan no termine ingresando al panteón de lo bochornoso. Apenas un fallido viaje a lo sensorial.