Título original: Idem
Origen: Argentina
Dirección: Juan Taratuto
Guión: Pablo Solarz
Intérpretes: Adrián Suar, Valeria Bertuccelli, Gerardo Romano, Norman Briski, Analía Couceyro, María Alche, Alan Sabbagh
Fotografía: Julián Apezteguía
Montaje: Pablo Barbieri
Música: Darío Eskenazi
Duración: 100 minutos
Año: 2016


2 puntos


En el póster sobra una persona

Por Rodrigo Seijas

1) Y la persona que sobra es, obvio, la pobre Valeria Bertucelli, porque todo se trata de Adrián Suar, quien a medida que pasó el tiempo fue incorporando a directores de mayor sapiencia, lo que derivó en films indudablemente más sólidos en sus construcciones formales, pero que no dejan de ser envases vacíos para los deseos del productor/actor, quien inevitablemente debe ser el centro de todo. En este caso, lo que busca Suar aquí es satirizar a esos actores que son divos totales, se la pasan hablando de sí mismos y tienen unos egos gigantescos. La apuesta, que a primera vista puede parecer un tanto disruptiva y arriesgada, se revela como bastante cómoda cuando pensamos quién lleva a cabo la performance: alguien que desde su productora y como máxima autoridad de uno de las emisoras televisivas más populares se dedicó a cimentar muchos egos y que encima siempre, desde sus diversas creaciones, ha evidenciado una necesidad enorme de demostrar que es un capo total. Pronto, muy pronto, Me casé con un boludo -donde Suar utiliza el nombre “Fabián” de su personaje como un escudo muy conveniente- revela que está muy pero muy lejos del nivel de ácida lucidez de una película como Este es el fin, donde gente como Seth Rogen, James Franco y Jonah Hill ponían sus cuerpos, y principalmente sus nombres, a lo que tenían para decir.

2) Me casé con un boludo es una comedia romántica, y como tal, debería necesitar de por lo menos dos personajes que sean el foco del conflicto principal. En este caso, lo que tenemos es a Florencia Córmik (Bertucelli), una actriz que liga un protagónico en una película importante gracias a su noviazgo con el director (Gerardo Romano) y que se enamora casi a primera vista de su coprotagonista, ese personaje intenso que construye para sí mismo y los demás la estrella Fabián Brando que encarna Suar. Luego, claro, se dará cuenta que lo que había visto era apenas la superficie y que tras eso sólo queda un ser hueco y vacuo. Todo este proceso, que debería ser narrado desde el punto de vista de Florencia, para luego ir revelando las capas que componen a Fabián, es desbaratado porque desde el mismo comienzo se nos presenta a Fabián como ese ser impostado, creído y ególatra. ¿Cómo entender desde ahí que Florencia se enamore? Esta pregunta queda flotando a pesar de que el film tarda una eternidad en delinear el conflicto, agotando en el medio al personaje de Fabián, que acumula una enorme cantidad de chistes y guiños para la platea ya en los primeros diez minutos (y luego hay que soportarlo otros noventa).

3) Pero no se alarmen, porque lo que viene es peor, mucho peor, porque Fabián se entera que Florencia está totalmente desilusionada y piensa que es un total imbécil, y a partir de ahí no tiene mejor idea que montar toda una simulación, otra actuación pero esta vez de alguien que no es para así poder ganar de vuelta el amor de su mujer. Es decir, la mentira como método y forma constitutiva en la pareja. Hay un momento donde el film amaga con criticar este accionar, pero es sólo un suspiro, porque al final eso no termina siendo realmente conflictivo, lo que lo emparenta con las decisiones de fondo de Un novio para mi mujer. Todo se justifica en el hecho de que “bueno, en la pareja uno siempre finge un poco y pretende ser la persona que no es”. Ajá. No gente, lo que uno puede llegar a aprender en la pareja (y ese aprendizaje no se trata de verter las palabras en el aire, sino que implica todo un proceso personal) es que cada uno tiene diferentes capas en su persona, que no somos seres lineales, y que cada uno tiene espacios y tiempos propios que no necesariamente debe compartir con el otro, aunque se pueden encontrar puntos de encuentro. Pero no, lo que nos indica Me casé con un boludo es que no está mal mentir, manipular o engañar, en tanto uno lo haga “por amor”. Diablos, ahora sí que me dan ganas de salir a buscar pareja urgente, así puedo ejercitar a diario mi habilidad para fingir, manipular o engañar en nombre del “amor”.

4) Hay una secuencia que resume en cierta medida el conjunto de arbitrariedades que es Me casé con un boludo: allí, Fabián y Florencia asisten a una gran fiesta gran, repleta de famosos, que termina en la típica foto de conjunto al estilo “los personajes del año” de la revista Gente. Se puede ver a una multitud de estrellas, como Lali Espósito, Eugenia Suárez, Mariana Fabbiani, Luciano Castro, Gonzalo Heredia, Julieta Díaz -básicamente toda la troupe de Canal 13-, Guillermo Coppola, Juan Sebastián Verón y los nombres siguen. Es una escena en la que casi no sucede nada relevante, que apenas si sirve para mostrar el estado alterado de Florencia, algo que se podía informar de mil maneras distintas, mucho más económicas narrativamente. Da para pensar el esfuerzo que demandó esa secuencia: juntar toda esa gente en un horario específico, maquillarlos, vestirlos, ensayar mínimamente, finalmente rodar aunque sea un par de tomas. Un montón de tiempo y dinero sólo para dejar en claro que Suar conoce y tiene a muchas figuras a su disposición. Y todo eso en una película que supuestamente mira socarronamente al mundo del espectáculo y los divismos que imperan allí. Lo que se dice un film que se muerde su propia cola.

5) Si todo termina girando alrededor de los deseos y motivaciones de Fabián/Suar, si Florencia/Bertucelli queda absolutamente desdibujada, sin chance de asentar una mirada propia dentro del relato -afectando también el desempeño de la actriz, quien nunca encuentra el tono requerido y entrega la que posiblemente sea su peor actuación-, el resto no la pasa mejor: Me casé con un boludo es un film tan vacío, tan exclusivamente dedicado a lo que quiere Suar, que no desarrolla un universo mínimamente sólido a su alrededor. Todos los personajes de reparto -incluso el que encarna Alan Sabbagh, que quizás sea el que alcanza mayor lucimiento- quedan borrosos, como meras figuras decorativas, sin oportunidad de enriquecer la trama, perdidos en la isla de edición. La comedia romántica necesita como el agua de secundarios que interroguen la mirada de los protagonistas y de un montaje que sepa cómo darles los espacios adecuados, sin que por eso la narración pierda fluidez. En Me casé con un boludo se nota mucho -principalmente en la segunda mitad- que todo se terminó haciendo a las apuradas, que en la postproducción quedó claro que el metraje era muy extenso y que se recurrieron a cortes muy torpes que dejaron múltiples cabos sin atar. En el medio, hay un reparto repleto de nombres fuertes -otra vez Suar coleccionando figuritas- totalmente desperdiciado.

6) El último eslabón en la cadena de fallidos que es Me casé con un boludo es su director Juan Taratuto, que suele ser un artesano competente pero que acá está desaparecido en acción, lo cual no deja de guardar cierta lógica, porque estamos ante un film que es irrevocablemente de Suar, por más que no dirija. Ese realizador que supo hacer films muy interesantes como No sos vos, soy yo y La reconstrucción acá ni siquiera consigue darle los espacios de lucimiento adecuados a Bertucelli, no hilvana secuencias en las que pese la comicidad ni da en la tecla de lo romántico. Y cuando tiene que arribar a una resolución, recae en decisiones definitivamente facilistas y hasta cobardes, donde privilegia ciertos gestos de elegancia en la puesta en escena (referencias genéricas incluidas) y una falsa ambigüedad por sobre la coherencia y la honestidad respecto a los personajes. El resultado es predecible: Me casé con un boludo es una cáscara vacía, un producto diseñado en base a un par de ideas -o directamente ocurrencias-, que jamás le da entidad a sus personajes y sus conflictos y que avanza a los tropezones hacia un final que sólo busca el aplauso fácil de la platea, no sea cosa de indagar a fondo en las dinámicas del amor y la pareja. ¿Cuál es su sentido más allá del autoelogio de Suar? Difícil saberlo.

7) Si pudiera llegar a hacerle una entrevista a Suar -cosa que dudo llegue a suceder- le preguntaría por qué o para qué hace cine. Porque da la sensación de que hace cine no por razones artísticas, estéticas o incluso ideológicas, sino para algo que no tiene nada que ver con eso. Su cine es el puro capricho y el único enigma que plantea es cuál es el deseo que lo impulsa. Millones de pesos, toda clase de estrellas y una gran parafernalia publicitaria al servicio del antojo de un tipo con un ego gigantesco al que inevitablemente la gran mayoría adula con sentido acrítico. Diablos, qué envidia.