Título original: Idem
Origen: Argentina
Dirección: Gastón Bernstein
Guión: Agustin Ormazabal, Federico Goyeneche, Federico Zarauz y Gastón Bernstein
Intérpretes: Sofía Almuina, Tomás Rodríguez, Federico Goyeneche, Nehuén Herrero, Juan F Escalada, Juan Jacobs
Fotografía: Sergio González
Montaje: Maria Del Pilar Pomona, Sol Apesteguía
Duración: 63 minutos
Año: 2016


4 puntos


LO LUDICO Y LO NARRATIVO DESENCONTRADOS

Por Rodrigo Seijas

La primera escena de La cuenta marca buena parte de los problemas del film: consiste en un plano fijo, que abarca el espacio de un bar, apreciándose una serie de acciones un tanto enigmáticas. La idea de aprovechar la profundidad de campo y el estiramiento temporal no deja de ser interesante, pero hay un abuso del concepto, con lo que esa voluntad de originalidad se agota rápidamente.

Lo cierto es que La cuenta es un film de ideas con rasgos de astucia, ya desde su mismo planteo: once personas que no se conocen entre sí llegan a un bar para jugar un juego de roles, basado en el conocido juego de cartas Mafia. Cada uno está por las suyas, dependiendo de su habilidad para imponerse. Los aspectos lúdicos, obviamente, potenciarán la red de tensiones entre los doce protagonistas, aunque desde el principio todo empieza a estar muy forzado, como si el film de Gastón Bernstein no tuviera recursos para darle un marco de coherencia a los conflictos entablados.

Pronto, La cuenta agota su idea de partida, sin poder progresar narrativamente, y ese juego que debería funcionar como contexto potenciador termina siendo una especie de prisión para las tramas y subtramas desarrolladas, que quedan obturadas en pos de giros pretendidamente ingeniosos. Encima, las limitaciones técnicas de la realización -especialmente en lo referido al sonido- le restan potencialidad al relato, que no termina de generar el suspenso requerido ni ir más allá de una reflexión superficial sobre la materialidad cinematográfica como vehículo para la creación de roles.

La cuenta podría haber funcionado de manera más fluida en un formato de mediometraje o incluso como cortometraje. De hecho, Bernstein demuestra cierto dominio de la puesta en escena, apelando a planos cortos y un montaje ríspido para evitar la teatralidad. Pero su hora luce excesiva, irremediablemente estirada. Lo que queda es un concepto, un conjunto de ideas que no terminan de conjugar ni con lo lúdico ni con el cine.